En un tiempo sin tiempo, cerca de uno de los principios, la luna era siempre redonda y lejana, atada detrás de esa capa azul denominada cielo y colgada de la nada entre vacios. Miraba el mundo a sus pies coronada de plata y olvido. Y estaba bien mirando en la distancia. Pero una noche, distraída, se acerco demasiado a la tierra y se le enredaron los dedos en las ramas de un árbol. Cayó de pie sobre la hierba y de repente le salió al paso una sombra oscura, pelo crespo, ojos negros y una sonrisa lobuna.
Eran un lobo, jugando entre aquellos arbustos y colinas. Aullidos y risas y rumor de estrellas entre las hojas. Pero todo lo que empieza acaba y el lobo volvió al bosque y la luna al cielo. Cuenta la leyenda que antes de que el lobo y la luna se separaran, la luna le robo al lobo su sombra para vestirse de noche el rostro y recordar el aroma del bosque. Y desde entonces el lobo le aúlla a la luna llena para que le devuelva su sombra.
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